El sábado pasado empecé y terminé de leer el libro Gracias vida de Lucía Benavente, me considero fan de su trabajo desde que descubrí su magia cuando vivía en Barcelona. Tengo sus libros anteriores y puedo asegurar que si publica otros dos, los compraría.
Cuando abrí este libro me sorprendió lo que encontré: fotos, pinturas, frases inspiradoras y la historia desgarradora de una mujer que perdió a su esposo y al padre de sus hijos, que se marchitó durante un proceso de doctores y hospitales, pero que el dolor le hizo florecer, escribir, pintar, patinar y hasta surfear. Una mujer que te deja ver su dolor de una manera tan clara y poderosa que casi puedes sentirlo.
Me hizo pensar en mi propio duelo y esto fue lo que escribí.
El dolor también tiene momentos preciosos, como las estrellas que solo se pueden ver cuando la noche está más oscura.
Aprendes de ti, de lo que vale la pena.
Nada más aterrador y desafiante que saber lo que te mata y por lo que estás dispuesto a morir.
Un duelo es sentir el dolor en los huesos, las uñas y las pestañas.
Nada tan esclarecedor como perder, ahí descubres lo que realmente te importa, te conoces, te mides, te inspeccionas.
Duele perder, duele vivir, duele respirar, pero también ahí, fundido en el abismo, uno entiende que de esto se trata la vida: morir y renacer todas las veces que sea necesario.
Perder y ganar, dar y recibir.
Decir hola y decir adiós.
Decir gracias por ser mi madre y hacerme tu hija, porque me diste un amor tan infinito que es casi lógico que el dolor de perderte fuera terriblemente proporcional o mayor.
Agradezco este dolor porque significa que también conozco el amor.
Conozco tu amor y lo llevaré hasta la raíz, sabiendo que en esta vida y la que sigue estaremos juntas, porque nunca olvidaré que alguna vez mi corazón latió dentro del tuyo.
Gracias vida y gracias Lucía Benavente por hacerme pensar, sentir y escribir.
P. Alcocer
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